La tarde cae y la noche viene, los telescopios están armados y muchos de ellos apuntan, como es usual, a Orión, específicamente a su espada. En esa dirección se encuentra la «Gran Nebulosa de Orión».
Tanta pompa para el nombre y los que van pasando a contemplarla lo ponen en duda: «es bonita sí, pero algo pálida», un poco desabrida ¿no?, añado. El problema no es la nebulosa, ni el telescopio, ni la luz de las lámparas que ¡ah como joroban! No, el problema está en nosotros.
¿Cómo ves?
Los ojos de los seres vivos son un instrumento natural de lo más complejo, que ha evolucionado a lo largo de millones de años y son la ventana a todo lo que nos rodea: son los que nos han permitido divisar a la tropa enemiga a kilómetros de distancia y los que nos han ayudado a crear las más exquisitas obras de arte. En algunas especies animales el proceso de adaptación las ha llevado a desarrollar cualidades asombrosas: ver en la oscuridad, percibir el calor de otros animales y traducirlo como imágenes, ver un mismo objeto en colores diferentes, adaptarse rápidamente a cambios en la cantidad de luz, etcétera.
¿Y qué pasa con la visión en los humanos? ¿Vemos igual de noche que de día? ¿Qué cambios hay en nuestros ojos bajo distintas condiciones de luz? Estas preguntas se vuelven importantes e interesantes cuando nos damos cuenta que en la oscuridad difícilmente percibimos los colores -hecho tan lamentable para disfrutar de las nebulosas, pero tan provechoso en nuestra supervivencia. Ahora me explico.

Los astrónomos profesionales y aficionados que hemos hecho alguna observación nocturna con telescopio, sabemos que nuestros ojos y nuestro cerebro ven las nebulosas y las galaxias de un color azul-grisáceo. Sin embargo, en esas fotografías tomadas por los grandes observatorios, los objetos están llenos de color, brillo y contraste; la decepción del público y a veces de uno que otro astrónomo después de ver a través de un telescopio casero es natural.
Cono, bastones y colores
El motivo de esa desilusión es real y se debe precisamente a cómo está constituido nuestro sistema de visión. Si pensamos en los ojos como dos cámaras fotográficas podremos entender mejor su funcionamiento. Para empezar, la luz entra a nuestros ojos cruzando varias capas de material casi transparente: primero la cornea, luego la pupila, luego el cristalino y al final, a través del humor vítreo, toda esa luz se proyecta en la pared interna del ojo, la retina. Es ahí donde tenemos dos tipo de células fotosensibles, conos y bastones. La retina es el equivalente a las películas fotográficas o detectores electrónicos en las cámaras actuales, mientras que los conos y bastones son como los gránulos químicos de esas películas de antaño o los pixeles de las digitales.

Los conos son los responsables de que podamos distinguir colores y los hay en tres tipos, uno para captar cada color primario: rojo, verde y azul. La gran mayoría de ellos se ubican en la fóvea, una región pequeña de la retina en dirección del eje óptico, muy cerca del nervio óptico. Así, los conos funcionan mejor justo cuando enfocamos y vemos directamente las imágenes. Los conos necesitan que la luz sea intensa para trabajar eficientemente, por eso vemos a colores durante el día o cuando hay luz artificial.
Los bastones, por otro lado, son prácticamente monocromáticos (un solo color) con un máximo de sensibilidad en la luz azul-verdosa, además trabajan muy bien en condiciones oscuras. A diferencia de los conos, los bastones se saturan rápido y cesan su actividad cuando hay mucha luz. Son los bastones, precisamente, los que nos permiten seguir viendo aún en la oscuridad o bajo penumbra.

Algo importante es que los bastones se ubican bien distribuidos en la retina, lo que nos deja distinguir objetos sin necesidad de observarlos directamente, es lo que llamamos visión periférica. Percibir en la oscuridad aunque sea levemente, sin duda ha sido una ventaja en la evolución de la especie humana.
Dado que los bastones son sensibles a un solo color y los conos disminuyen su actividad cuando hay poca luz -como en la oscuridad de una observación astronómica- la imagen que nuestro cerebro fabrica es una en tonos grises-azules-verdes o, como dice el dicho, pardos.
Así que la próxima vez que te asomes por un telescopio y veas las nebulosas y las galaxias un poco descoloridas, recuerda que nuestros ojos se han adaptado evolutivamente para brindarnos los mayores beneficios posibles. Después de todo, tenemos la tecnología que nos permite detectar fotográficamente esos hermosos objetos en el Universo y disfrutarlos a todo color.