La revolución de un tal Edwin Hubble

Durante el primer cuarto del siglo XX, la principal cuestión que le quitaba el sueño a los astrónomos de la época era si las llamadas «nebulosas espirales» eran o no sistemas lejanos (otras galaxias, para entenderlo mejor), comparables en tamaño a la Vía Láctea. La otra opción, era que se tratara de lugares donde se forman estrellas, pero en tal caso deberían ser nebulosas pequeñas y dentro de nuestro perímetro galáctico.

El problema no era menor y se podía resumir en una pregunta: ¿es nuestra galaxia todo el universo visible o simplemente una más entre millones? Para intentar dar luz a estas cuestiones, en la segunda década de 1900 se organizaron conferencias, se programaron debates entre astrónomos y los grandes observatorios ofrecieron tiempo en abundancia para investigar al respecto. Muy pocos sabían que para el verano de 1924 podría llegar la respuesta.

Edwin Hubble

Una de las personas encaminadas era Edwin Powell Hubble, por entonces un joven astrónomo, atleta, abogado, alpinista y boxeador, originario Missouri, Estados Unidos. Durante la preparatoria logró prácticamente todo: buenas calificaciones, récords en atletismo y ¡hasta premios de canto! Obtuvo su doctorado en astronomía en 1919, después de estudiar en Oxford y servir para el ejército de los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial. Ese mismo año comenzó a trabajar para George Hale, director del Observatorio «Monte Wilson», donde se ubicaba el telescopio más grande del mundo, con 2.5 metros de diámetro.

Desde su llegada a Monte Wilson, Hubble se enfocó en el problema de las «nebulosas espirales» y descubrió que la llamada «nebulosa de Andrómeda» contenía algunas estrellas variables, entre ellas de un tipo conocido como cefeidas, usadas para determinar grandes distancias en el Universo. En realidad, Hubble confundió el tipo preciso de estrellas variables, y aunque sus cálculos tuvieron un error considerable, sus conclusiones fueron igualmente válidas.

Con los datos del cambio de brillo y duración en el ciclo de luz de las estrellas variables, Hubble fue capaz de medir su distancia y descubrió que se ubicaban hasta puntos nunca antes imaginados, varias veces el tamaño de la misma Vía Láctea. A esa distancia, un objeto como la nebulosa de Andrómeda, que en apariencia mide unas dos veces el diámetro de la Luna, debería ser enorme en tamaño. Las observaciones de Hubble por fin aclararon todo: las nebulosas espirales como Andrómeda, como Messier 33 en la constelación del Triángulo y la llamada Remolino en la Osa Mayor, son galaxias como la Vía Láctea, ubicadas a millones de años luz, formadas por cientos de miles de millones de estrellas y repletas de gas y polvo, con el que forman más estrellas. En conclusión, eran de la misma naturaleza que nuestra galaxia. Éste fue, uno de los descubrimientos más grandes de la astronomía moderna.

Galaxia de Andrómeda (Wikipedia)

Hubble dedicó el resto de su vida a estudiar las recién re-definidas galaxias y a buscar correlaciones y patrones entre ellas. Notó que la mayoría tenían forma espiral, como la figura sobre el café con leche de la mañana, después de agitarlo en círculos; otras parecían un ovoide, algo como un balón de futbol americano; algunas eran casi esféricas; y otras no mostraban una forma bien definida, las llamó irregulares.

Después de recopilar decenas de imágenes, Hubble publicó un artículo en 1926 donde proponía agrupar las galaxias por su forma, en elípticas, espirales e irregulares. Las espirales además fueron subdivididas en «normales» (las que aparentemente formaban una espiral desde el centro) y barradas (con una barra central de estrellas y gas). Las que tenían una forma intermedia entre espirales y elípticas las llamó lenticulares, son como una lenteja vista de costado.

Hubble sugirió que aquellas formas galácticas no podían ser producto del azar, sino que deberían mostrar algo, probablemente como su evolución. Esas fotos podrían ser una instantánea en su vida, de manera que fueron diferentes en el pasado y lo serán en el futuro, pensó. En esencia, Hubble tenía razón: las galaxias interactúan con ellas mimas, con el gas intergaláctico y con lo que ahora llamamos materia oscura, de manera que a lo largo de su vida cambian. Por supuesto que estos procesos evolutivos son mucho mas complejos de lo que él imaginaba, pero en el fondo, estaba en lo correcto.

Al final de su vida, en el otoño de 1953, Edwin Hubble dejó varios legados en la ciencia y también algunas controversias, pero eso lo platicaremos en otro momento. La clasificación de las galaxias fue sólo una de sus aportaciones, pero aún más importante y más trascendental para el pensamiento humano fue descubrir que nuestra galaxia es solo una entre miles de millones que pueblan en el Universo. Su trabajo inició una revolución equivalente en muchos sentidos a la de Copérnico cuatro siglos antes. La revolución de Hubble literalmente nos dio un nuevo lugar en el Universo.

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