Mirar hacia el firmamento, además de brindarnos la sensación de inmensidad, también suele transmitirnos una sensación de calma, de inmutabilidad.
Aunque tanta tranquilidad también inquieta a algunos, mucha gente también se imagina una amenaza para el planeta, proveniente de tal vastedad. Esta preocupación ha sido explotada, con bastante sensacionalismo por diversos medios: revistas, la radio, el cine y la televisión.
A decir verdad, muchas de las supuestas amenazas no van más allá de una simple fantasía, aunque eso no quiere decir que no debamos preocuparnos por alguna.
Uno de los riesgos reales más importantes es el impacto de un cuerpo extraterrestre, como un asteroide o un cometa con la Tierra. Son bien conocidas las consecuencias que puede tener la colisión de un cuerpo de tamaño considerable con el planeta: solo basta recordar que hace 65 millones de años se desató un evento de extinción masiva en la vida de la Tierra.
Un impacto similar hoy en día, tendría consecuencias igualmente devastadoras; razón más que suficiente para estar alerta.
Diversos grupos de científicos y agencias espaciales mantienen un inventario y monitoreo constante de cometas y asteroides, de todos los tamaños, en las inmediaciones del sistema solar. Hasta el momento, no se ha detectado alguno que represente una amenaza inmediata.
Sin embargo, el monitoreo por sí sólo no es suficiente y muchos investigadores, entre ello astrónomos, han comenzado a estudiar y tratar de detectar cualquier perturbación en las afueras del sistema solar, que pueda impulsar un cuerpo hacia nosotros.
Aún cuando se encuentran a miles de millones de kilómetros, el principal responsable de dirigir cuerpos en los linderos del sistema solar hacia el interior, son algunas estrellas cercanas, algo que podríamos llamar el vecindario estelar.
Precisamente, hacia los límites exteriores de nuestro sistema planetario, se localiza una gran aglomeración de cuerpos conocida como la nube de Oort, compuesta por millones de cometas de tamaños variados, que pueden llegar a algunos kilómetros.
Una estrella que se acerque lo suficiente a esta nube puede perturbar gravitatoriamente dichos objetos y enviarlos hacia la Tierra. Entonces, para valorar adecuadamente el riesgo de una colisión es muy importante saber la frecuencia de dichos encuentros estelares.

En particular, el astrónomo Coryn Bailer-Jones, del Instituto de Astronomía Max Planck, Alemania, ha utilizado datos combinados de los satélite Gaia e Hiparco, ambos de la Agencia Espacial Europea (ESA), para construir modelos de orbitas estelares y estimar así la tasa de estos encuentros cercanos.
Bailer-Jones encontró que en un lapso de aproximadamente un millón de años, entre 400 y 600 estrellas se acercarán a una distancia de unos 16 años luz del Sol, mientras que entre 19 y 24 estrellas se acercarán tanto como 3.2 años luz. Todas estas estrellas pueden causar inestabilidades gravitacionales, expulsar objetos de la nube de Oort y dirigirlos hacia el interior del sistema solar.
Los resultados de este artículo, publicados en la revista Astronomy & Astrophysics, confirman algo que ya se sospechaba entre la comunidad astronómica: el tráfico estelar en el pequeño barrio galáctico donde vivimos el vecindario solar, es bastante pesado. La amenaza de que una estrella roce gravitacionalmente incluso a los cometas más lejanos y los mueva en curso de colisión hacia la Tierra, es real.
La breve, pero importante moraleja de esta investigación es que no debemos bajar la guardia. Si, a diferencia de los dinosaurios, queremos sobrevivir como especie, tenemos que tomar previsiones. Y eso sólo se logra con más inversión en programas espaciales y astronómicos de monitoreo, detección y exploración de cometas y asteroides.