En los años 50s del siglo pasado el astrónomo Jan Oort predijo la existencia de una gran cantidad de pedruscos congelados en las partes más lejanas del sistema solar, creando una especie de nube con la firma de los componentes que formaron el Sol, las lunas, los planetas, asteroides…
Esa región, que hoy conocemos como Nube de Oort, se extiende desde unos 5 mil hasta 100 mil veces la distancia Tierra-Sol y conserva la receta original de todo lo que vemos en el sistema solar.
Algunos cuerpos de esa nube eventualmente salen de su orbita y comienzan un viaje hacia el interior, que puede durar varios cientos o millones de años. Mientras se acercan al Sol, estas bolas de hielo sucio comienzan a evaporarse, dejando tras de si las clásicas caudas, formando lo que popularmente conocemos como cometas.
Pero en agosto del 2013, un grupo de astrónomos fotografió con modestos telescopios un extraño cuerpo pétreo proveniente de la nube de Oort, pero que en nada se parecía a un cometa: se trataba de una inerte roca, sin materiales volátiles ni hielos cometarios.
En su momento, Oort predijo la existencia de grandes rocas desnudas asociadas con la nube y propuso que este tipo de cuerpos bien pudieron haber perdido sus capas de hielo poco a poco cuando pasaban cerca del Sol; pero seguían perteneciendo a la gran familia de la nube que lleva su nombre.
Sin embargo, cuando los investigadores usaron el telescopio de 8 metros de diámetro llamado Gemini Norte, en Mauna Kea, Hawaii, para continuar estudiando el cuerpo rocoso, encontraron, para su sorpresa, débiles trazas de una cauda cometaria clásica y una superficie notablemente roja, similar a la de asteroides relacionados con el cinturón de Kuiper: una región de fragmentos netamente rocosos, que se extiende más allá de la órbita de Neptuno (entre 30 y 100 veces la distancia Tierra Sol), pero no tan lejos como la nube de Oort.
La conclusión de los investigadores fue que la roca-cometa, efectivamente, está hecha de materiales encontrados en los confines del sistema solar y que probablemente había evolucionado como Oort lo propuso.
Pero en días pasados, el mismo grupo de astrónomos reportó las conclusiones del análisis a un segundo cuerpo con las mismas características: pertenece a la nube de Oort, tiene una débil traza de gases evaporados y el color de su superficie es similar al de los asteroides en el interior del sistema solar.
Hasta ahora, los astrónomos creían que la gran mayoría de los cuerpos que componen la nube de Oort eran cometas «normales», pero estos resultados parecen decir otra cosa.
Por otro lado, hay la posibilidad de que estos «asterocometas» en realidad sean rocas que salieron desde las zonas internas del sistema solar, jalados por fuerzas gravitacionales. Un gran número de estudios con simulaciones computacionales han mostrado que los planetas gigantes, principalmente Júpiter y Saturno, son capaces de sacar de su orbita a muchos asteroides y lanzarlos en un viaje interplanetario, incluso hasta la nube de Oort. Así, la composición y evolución de la famosa nube sigue siendo un problema abierto.
Por lo pronto, la comunidad astronómica está poniendo atención a este tipo de cuerpos, ya que al parecer son detectados con cierta frecuencia en las observaciones. Lo curioso es que hasta ahora, casi nadie les ponía mucha atención.