El origen del Sol, la Luna y el conejo en la Luna.

Hace unos días, aprovechando que andaba por el hermoso centro de la ciudad de Morelia, encontré en la librería del Fondo de Cultura el libro El conejo en la cara de la luna, del investigador Alfredo López Agustin, y déjenme decirles que ha resultado ser un hallazgo bastante interesante. Aún no lo termino, pero puedo decirles a todos aquellos interesados por la astronomía, su mitología y los relatos fantásticos  de origen mesoamericano que encontrarán formas distintas de ver el cielo y sus astros. Y aún más, tendrán la oportunidad de empaparse (o hacerlo otra vez) con la riquísima literatura y la tradición oral que por estas tierras dominaba hace algunos cientos de años, y que en algunos casos prevalecen recientemente.

Dentro de la inagotable mitología mesoamericana, probablemente la narración mexica sobre el origen del Sol y la Luna se mantiene como uno de los más intensos, vivos y ricos mitos. Además, es un clásico de la literatura infantil (por lo menos lo era en mis tiempos de educación primaria), que aparece constantemente en los textos.

Para mí, es un mito creativo y muy humano, como lo son muchos otros que han narrado la cosmogonía de culturas como la china, la hindú, la griega, la mexica y la maya, entre muchas otras.

Les dejo pues un fragmento del ensayo que da su nombre al libro del doctor López Agustin, sobre el origen del Sol y la Luna; un clásico que merece ser recordado y conocido por todos.

En unos de los mitos mexicas registrado por fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI, se dice que antes de que existiese la luz solar se reunieron los dioses en Teotihuacan y se preguntaron quién se haría cargo de iluminar el mundo. Un dios rico, llamado Tecuciztécatl …, se ofreció para iluminar la superficie de la Tierra; pero los dioses deseaban que lo acompañara otro candidato. Nadie manifestó el valor para hacerlo… Los dioses hablaron por fin a un dios pobre y enfermo, Nanahuatzin, diciéndole: «Sé tú el que alumbres». Cuatro días se mantuvieron en penitencia ambos elegidos sobre los dos enormes promontorios de las pirámides del Sol y de la Luna. Tecuciztécatl llevó como ofrendas las plumas preciosas del pájaro quetzal y bolas de filamento de oro. En cambio Nanahuatzin, llevó tres manojos de tres cañas verdes, bolas de heno y las puntas de maguey con las que se había punzado el cuerpo, untadas con su propia sangre. Cercano ya el tiempo del sacrificio, se encendió una gran hoguera preparada para la próxima cremación de los dos dioses. Los dioses pidieron a Tecuciztecatl que se arrojara primero; pero se arredró al sentir el calor de las llamas, en cuatro ocasiones. Entonces, los dioses se dirigieron «¡Ea pues, Nanahuatzin, prueba tú!» El dios enfermo cerró los ojos y se arrojó al fuego al primer intento. El dios rico, arrepentido de su cobardía, siguió a su compañero.

Tras la cremación, los demás dioses se sentaron para esperar el nacimiento del Sol; pero lo dioses no sabían por dónde seguiría el astro. Salió por fin Nanahuatzin con todo su fulgor, convertido en Sol, y después salió Tecuciztécatl como la Luna, también por el oriente y con la misma intensidad de luz.

Los dioses quedaron perturbados. No era conveniente que hubiera en el cielo dos astros que alumbraran con igual fuerza. Por ello acordaron que el brillo de la Luna fuera disminuido, y uno de los dioses fue corriendo a golpear con un conejo la cara de Tecuciztecatl. Desde entonces su luz quedó ofuscada y la cara del astro conservó la mancha oscura del golpe del cuerpo del conejo.

Es interesante recordar cómo el cerebro humano y nuestro ambiente cultural dominan casi siempre nuestra percepción de la naturaleza, incluido el Cosmos, incluida por supuesto la Luna. Prácticamente todas las civilizaciones humanas han visto en la cara visible de la Luna un conejo o liebre, un anciano cargando un bulto, un elefante saltando o simplemente la cara regordeta de un hombre. Las luces y sombras de valles, mares y cráteres nos engañan con facilidad, y a eso le llamamos pareidolia. Como decía Carl Sagan, «nuestro cerebro es muy eficiente cuando se trata de juntar formas y fragmentos inconexos de luz y oscuridad para aislar de entre un montón de detalles una cara humana… Es una presunción característica de nuestra especie darle una cara humana a la violencia cósmica aleatoria»

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